Y fue en medio del esfuerzo de mi propio cerebro por entenderse a sí mismo que vengo a descubrir un día que éste me venía dictando advertencias y observaciones apasionantes, mensajes que no entendí, hasta que leí algunos artículos periodísticos de Facundo Manes y busqué en Google la palabra neurociencias.
Cantantes de ópera en el primer cuadro del centro histórico
“El músico tiene un mejor cableado en el cerebro”, escribió el periodista colombiano Andrés Hoyos. Una acertada metáfora, ya que hoy se
sospecha que no es el tamaño del cerebro el que le asigna capacidades intelectivas a la persona sino la complejidad y cantidad de conexiones
que se generan en su sistema nervioso.
Yo no conozco ni tengo referencias ni he hallado hasta ahora información precisa respecto de músicos destacados que hayan padecido la
enfermedad de Alzheimer, salvo el caso del norteamericano Bobby Womack. He leído en cambio que se han estudiado los cerebros de monjas
y músicos fallecidos muy ancianos que curiosamente mostraban en las disecciones las características del Alzheimer (células rodeadas de
una especie de plasma) y que sin embargo no habían experimentado en vida el menor deterioro de su capacidad cognitiva.
Casos asombrosos como el de Arturo Rubinstein, que ofrecía conciertos en los principales teatros del mundo cuando ya había superado los ochenta años, o Vladimir Horowitz, que tocó hasta poco antes de su fallecimiento a los 86 años, son frecuentes en el mundo de la música. ¿Y Pablo Casals? ¡Compuso muchas de sus mejores obras cuando había pasado los noventa años!